Greta Thunberg y el traje nuevo del emperador

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Sin lugar a dudas, 2019 fue el año de Greta Thunberg. Considerada fenómeno mediático, líder global, inspiración, producto de marketing o víctima de sus padres, el hecho es que ha conseguido lo que ni los científicos, ni los ecologistas, ni los políticos más experimentados han podido en los últimos veinte años: poner el cambio climático en las conversaciones y sacar a la calle a la ciudadanía para exigir respuestas. 

Con Greta Thunberg como voz principal, en la cumbre del clima de Madrid, escuchamos un coro compuesto de personalidades exigiendo compromisos: actores, cantantes y personalidades como Alejandro Sanz, Harrison Ford, Leonardo Di Caprio, Al Gore y Javier Bardem son algunos de los nombres que sonaron durante la COP25. ¿Son estos los nuevos líderes de la acción climática? 

No deberían serlo.

A estas alturas, resolver el problema del cambio climático no está en el terreno de los académicos, investigadores y expertos, que llevan décadas alertando de forma racional, con datos y hechos probados, de las consecuencias para el planeta de nuestro estilo de vida, pero que no han conseguido mover conciencias. Tampoco está en el terreno de las celebridades y los activistas, que ponen la carga emocional capaz de movilizar al planeta, como ha hecho Greta Thunberg con un discurso y una personalidad que han tenido mucho más éxito que los de otros campeones de la lucha contra el cambio climático, como Al Gore. Ahora mismo, la responsabilidad de reducción de los gases de efecto invernadero está en manos de los políticos, que deberían representar el equilibrio entre lo racional y lo emocional, entre los intereses del corto plazo y las necesidades del largo. Esos son los líderes que deberían preocuparnos y los que deberían actuar. 

Falta liderazgo político: muchas declaraciones, pocas acciones

Sin embargo, la clase política se ha atascado en las palabras. Su falta de capacidad para llegar a consensos a escala nacional y a escala global impide pasar de las declaraciones a las acciones, de los hashtags a los hechos. Y es en esa gigantesca falta de liderazgo global por parte de las personas que deberían representar los intereses de la sociedad en su conjunto, que emergen figuras como la de Greta. Este vacío de liderazgo genera frustración, especialmente a los más jóvenes, y abre espacio para que una adolescente con trenzas, buena voluntad y convicciones firmes sea el referente del planeta, aunque lo haga desde una perspectiva emocional (fundada en evidencias científicas, por supuesto). 

Sin embargo, Greta no debería llenar el vacío político. Su espacio es otro: el de la perspectiva emocional, que nos ayuda a entender las cifras y nos motiva a exigir responsabilidades; el del discurso inspirador y las palabras claras.

Aunque no debemos olvidarnos de todos los científicos y activistas que han alertado y alertan sobre los riesgos del calentamiento global, es muy probable que sin Greta no habría tantísima conciencia sobre los riesgos del cambio climático. Ha puesto palabras, emociones y rostro a un problema que la humanidad debe abordar para su supervivencia.  

En una charla en Madrid durante la COP25, Al Gore comparó a Greta con el niño que, como en el célebre cuento El Traje Nuevo del Emperador, señala con el dedo y avisa de que el emperador está desnudo. “¿Por qué nos la creemos?”, dice el exvicepresidente, premio Nobel y activista contra el cambio climático, “Porque sabemos que dice la verdad”. 

A diferencia de Al Gore, Greta no forma parte del establishment y, aunque arrojen dudas sobre su entorno o sus orígenes, no está manchada por intereses políticos o económicos que pongan en cuestión sus palabras. Quizá por eso es más fácil crear un movimiento a su alrededor que al de un exvicepresidente del país que más CO2 ha emitido en la historia de la humanidad. 

Greta Thunberg: un discurso inspirador  no es lo mismo que el liderazgo

Un líder y una figura inspiradora no siempre son lo mismo. Una personalidad que nos mueve con un discurso apasionado no tiene por qué ser quien nos señale los pasos a seguir, quien asuma el liderazgo. Por eso muchos de los críticos de Greta yerran el tiro cuando la cuestionan como líder. Nunca lo ha sido.  

En el fondo, el quebradero de cabeza que Greta supone para muchas personas (políticos, comunicadores, intelectuales, ciudadanos de a pie, negacionistas) no lo origina ella, sino los líderes políticos que no acaban de mostrar un proyecto claro y factible para actuar contra el cambio climático, minimizar su impacto y adaptarse a sus consecuencias.

Ni Greta ni otras personalidades mediáticas que la acompañan en su lucha tienen la potestad de las decisiones, acordar los marcos regulatorios, crear las políticas públicas y estimular las acciones privadas. Son figuras inspiradoras de un movimiento que quiere empujar a los líderes políticos (globales, nacionales, locales) a actuar. 

Es indudable que Greta cree en la causa y esa autenticidad hace que millones de personas conecten con ella. Que la hayan educado para esto no tiene, en el fondo, ninguna importancia. Las figuras públicas tienen que preparar el fondo, su ámbito de experiencia, y la forma, su comunicación. Forma parte de su posicionamiento personal trabajar las dos caras de la moneda. Así que, ¿por qué afearle a Greta algo que es un deber para líderes, expertos, celebridades y activistas? 

Greta no tiene que demostrar nada a nadie, no tiene que proponer nada ni tener más papel que señalar con el dedo. Puede ser un ejemplo para todos, incluso para las celebridades que se han sumado a la causa, pero no le toca demostrar que las palabras van seguidas por hechos. No le toca tomar las decisiones.  Las decisiones las tienen que tomar los políticos, esa es su función, la razón de su existencia. Y esa falta de claridad es la que genera frustración en una parte cada vez mayor de la sociedad. 

Lo que ella haga el día de mañana con toda su relevancia mediática y su tirón digital, cuando sea una adulta, está por ver. Puede que sea la líder que solucione el problema, pero hoy no tiene otra misión que señalar con el dedo y hacer que nos miremos al espejo.  

Puede que Greta Thunberg sea la figura inspiradora de una consciencia global sobre el daño que hemos hecho y estamos haciendo al planeta. Y puede que Greta Thunberg sea, en cierta medida, un ejemplo de la forma de pensar y comunicar de nuestra sociedad: la anécdota trascendida a mito, lo particular como general. Pero, en el fondo, que Greta Thunberg sea la figura inspiradora o que Leonardo DiCaprio y Alejandro Sanz hayan sumado sus voces a la causa es irrelevante. 

Lo realmente relevante, donde realmente está el problema y lo que hay que discutir, está en otro sitio. Lo relevante es que nos preguntemos por qué, después de que una niña señale con el dedo y nos haga ver que el emperador va desnudo, seguimos discutiendo de qué color es el traje.

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